Hace algunos años leí “La Oración de Jesús” de Ignace de la
Potterie, recuerdo claramente el análisis que hacía el autor con respecto a la
oración del Señor “antes de cada momento
clave en su vida”.
Hago mío el comentario de Gh. Lafont en cuanto a que la
propuesta de de la Potterie nos permite entrar y reflexionar en los misterios
de la conciencia de Jesús, la sencillez profunda de Su oración son también el
reflejo de la sencillez profundamente infinita de Su amor. Consciente,
silencioso, misterioso, concreto, fiel, a solas con su Padre.
También frente a la Pasión oró de esta manera, recordemos
Getsemaní. Y ¿Qué nos dice todo esto a cada uno?. ¿Nada?. ¿Algo?. ¿Todo?.
Estos días nos dicen de todo, si sabemos escuchar. El Triduo
Pascual es el compendio de nuestras vidas, sin embargo quería escribir este post reflexionando
específicamente sobre el sentido de la
consciencia de nosotros mismos y como ésta (la consciencia) está
relacionada íntimamente con el amor que recibimos y prodigamos.
Jesús era plenamente consciente de su misión y en ella
desplegó todo Su amor humano y divino.
Entre la nada, el algo y el todo existe un grado de
consciencia menor o mayor con respecto a la realidad de nuestras vidas y en la
medida que nos reconozcamos en ella podremos volcar todas nuestras capacidades
y desarrollar todas nuestras posibilidades amando desde una humanidad cada vez
más plena.
Hemos nacido para amar y cualquier cosa que interfiera con
eso atenta contra nuestra humanidad y en consecuencia contra nuestra felicidad.
La libertad humana está siempre condicionada por la realidad
que nos rodea y la que vive dentro de nosotros, sin embargo, tenemos la
libertad de escoger nuestra actitud frente a cualquier circunstancia dada, a
pesar del sufrimiento y el dolor.
Y hablo de sufrimiento y dolor desde la alegría de la Resurrección
mirando hacia atrás recordando los momentos de la Pasión. Pasión significa
padecer, sufrir, tolerar. El ser conscientes de nuestra vida, el descubrir el
sentido de nuestra existencia nos abre al amor, ese que es capaz de superar el
sufrimiento cotidiano y convertirlo en semilla de eternidad.
Miremos la cruz, mirémoslo a El, hoy, glorioso en la
plenitud perfecta de su gloria, tomemos consciencia del horizonte que nos muestra,
comprometámonos, que brille nuestra mente, se arrodille nuestro corazón y
estiremos las manos para recibir su Amor.